Cortometraje de Álex Pastor, dedicado a mi amigo Carlangas.
16.3.07
6.3.07
Miedo
Se despertó. Pensó que había dormido días, tal vez semanas o meses. La atmósfera le resultaba más espesa, nueva, artificial. La luz que se filtraba por su ventana no era pura, sino turbia y sucia. Y el aire, caliente, olía, olía demasiado. Su nariz ardía de lo irritada que estaba, y su piel, escareada, había perdido su color. Simplemente era pálida, y con una leve tonalidad grisácea. Buscó razones en su mente, en sus recuerdos. Lo único que recordaba era haberse acostado, un día más, y haber soñado, haber soñado mucho.
Fragmentos de sus sueños esbozaban recuerdos de sensaciones para él inéditas, y sus sueños le parecían crueles, inhumanos.
Se levantó, y se asomó por la ventana. Efectivamente, la luz era turbia, pero no lo pudo achacar a un día nublado, ya que lo único que veía era cómo una tela grisácea se tambaleaba en el aire. Y había una gran ciudad a sus pies. Los coches no volaban, como habría cabido esperar dadas las circunstancias, pero lo que le llamó la atención fue la desolación de las calles. Ni una sola alma, y parecía la ciudad en la que se había acostado. Era la ciudad en la que se había acostado, no cabía duda, esa ciudad que nunca dormía: la gran manzana.
Encendió lo que había sido su televisor, y todas las emisoras hablaban de armas químicas, de guerras y precauciones. Lo ignoró todo, pero le llamó la atención lo que decían de la tela que les cubría. «Un método preventivo», decían.
Se levantó y se dirigió hacia la puerta. Giró el picaporte, entreabrió la puerta y se asomó. Vio cerca de cinco personas, todas ellas con trajes brillantes futuristas. Salió; y, justo antes de que pudiera decir palabra, notó un ardor en su frente, oyó un disparo y cayó, muerto.
Acto seguido, cinco personas lloraban al ver que, ante la confusión, un padre había matado a su propio hijo, que llevaba años en coma.
Y jamás olvidarían lo inhumanos que hace a los humanos la guerra; cómo las consecuencias del miedo, en sus propias carnes, les había llevado a perder lo que más querían.//
Fragmentos de sus sueños esbozaban recuerdos de sensaciones para él inéditas, y sus sueños le parecían crueles, inhumanos.
Se levantó, y se asomó por la ventana. Efectivamente, la luz era turbia, pero no lo pudo achacar a un día nublado, ya que lo único que veía era cómo una tela grisácea se tambaleaba en el aire. Y había una gran ciudad a sus pies. Los coches no volaban, como habría cabido esperar dadas las circunstancias, pero lo que le llamó la atención fue la desolación de las calles. Ni una sola alma, y parecía la ciudad en la que se había acostado. Era la ciudad en la que se había acostado, no cabía duda, esa ciudad que nunca dormía: la gran manzana.
Encendió lo que había sido su televisor, y todas las emisoras hablaban de armas químicas, de guerras y precauciones. Lo ignoró todo, pero le llamó la atención lo que decían de la tela que les cubría. «Un método preventivo», decían.
Se levantó y se dirigió hacia la puerta. Giró el picaporte, entreabrió la puerta y se asomó. Vio cerca de cinco personas, todas ellas con trajes brillantes futuristas. Salió; y, justo antes de que pudiera decir palabra, notó un ardor en su frente, oyó un disparo y cayó, muerto.
Acto seguido, cinco personas lloraban al ver que, ante la confusión, un padre había matado a su propio hijo, que llevaba años en coma.
Y jamás olvidarían lo inhumanos que hace a los humanos la guerra; cómo las consecuencias del miedo, en sus propias carnes, les había llevado a perder lo que más querían.//
Y la moraleja que la busque quien quiera.
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