10.7.07

Claura

Tenía dieciséis años y sabía de sueños rotos e ilusiones perdidas.
Tenía dieciséis años y había conocido el amor, sus infortunios y adversidades, pero la perturbaba su propia propensión a los placeres que de él emanaban.
A los dieciséis años, sabía del sufrimiento de vivir, de la desesperación metafísica, de la duda y los sinsentidos.
La abordaba la culpa noche tras noche, la culpa de no ser como ella creía que debía ser, la culpa de no hacer lo que ella creía que debía hacer.
"Eres lo que haces" era la frase que había sido obligada a escuchar durante toda su infancia, y esa frase la invadía en las noches de pesadilla, rompiendo su estabilidad, el control que establecía sobre su propia vida, sobre su propia mente.
Siempre fue muy ordenada, pero siempre supo que el orden no oculta la duda, y era la duda su desdicha.
A los dieciséis años creía que tendría toda la vida por delante, pero inconscientemente sabía que ya había vivido todo lo que le quedaba por vivir, sueño tras sueño, noche tras noche.
Se llamaba soñadora, leía a Jorge Bucay, y tenía espíritu luchador gracias a éste. Pero las noches la sumergían en otro mundo, en un mundo llamado onírico, que volvía al mundo material inocuo, confuso, difuso.
Un libro de espiral de color rojo recibía; noche tras noche, sueño tras sueño; las ideas inocuas, confusas y difusas que emanaban de su pensamiento y quedaban plasmadas en palabras negras, de caligrafía achatada, inocuas, confusas, difusas.
Pero todo sueño acaba con el amanecer, y éste no iba a ser menos.
La niña dejó de escribir, y su cuaderno de espiral no recibió desde entonces idea inocua, confusa y difusa alguna.
Pero un día el cuaderno de espiral apareció en su escritoro, espontáneamente, sin causa conocida. Lo abrió, y añoró aqueñas ideas inocuas, confusas y difusas que habían abordado su mente tiempos antes.
Y descubrió cómo toda ella era inocua, confusa, difusa.
Descubrió cómo los sueños, noche tras noche, habían arrebatado todos los hedores de su realidad, haciendo de su realidad un sueño, una ilusión.
Y se lamentó, porque todo aquello había acabado.
Todo aquello no volvería nunca a ser como antes.
El hedor de la realidad inundaba sus sentidos.
Lloró, y esta vez lo hizo como no lo había hecho nunca antes, desprovista de capacidad de evasión onírica, desprovista de sueño al que asirse.//

Claura era su nombre, síntesis de dos mundos.