18.11.07

Otoño



Y llegado otro otoño; cansado de ver siempre las mismas hojas caer; los mismos árboles sumirse en ese ciclo insulso que, hasta ahora, era un delicado complejo de lapsos profetizadores de los fríos inviernos, como el reo que camina adonde le aguarda su muerte; me revivo en mis palabras, atenúo mis rémoras, desvisto galimatías y engaño a mis temores.

Abro mis ventanas al frío viento, y al compás de sus ráfagas, las arañas anidan en mí, resguardándose del adusto invierno.

Porque ya no soy aquel que creía en la soledad del alma, ni aquel que se lamentaba entre tanto sinsentido, porque, si los sentidos no me fallan, es el otoño el que me llena, el suave olor a tierra húmeda en las mañanas el que me despierta, y el sonido del viento el que me aviva.

Porque, si la vista no me falla, son tus almagres atardeceres, tu sol ambarino, tus añiles cielos, tus ocres, cobrizas y pardas hojas los que hacen de mí lo que soy ahora.

Son los me vuelven sumiso a ti, otoño.//

Aunque todos sabemos que ya no eres el mismo. 

11.11.07

Tres mil seiscientos segundos de melancolía

No hay nada que se adecúe tanto a un día triste como una canción triste, de esas que te hacen recordar los motivos de tu desazón.
Nada más típico que las preguntas retóricas de existencialistas soliloquios, a modo de reloj, marcando los tiempos y el desarrollo de conclusiones.
Nada tan amargo en el transcurso de esos días como el sabor de la locura, que se entrelaza con los pensamientos más cuerdos.
Y las conclusiones, si es que las hay, son en su mayoría meras resignaciones, que fácilmente podrían dar lugar a nuevos conflictos racionales.
Pero lo cierto es que lo que más caracteriza a los días melancólicos son los intensos segundos, y su silencio aparente, que envuelven al pensador en una atmósfera difusa, irreal.

Nada hay que entristezca más un día triste que el hecho de que exista dicho día.//

La tristeza por lo absurdo. Eso sí que es triste.